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Este artículo escrito por César Hildebrandt sobre el "humorista" o al parecer agente Carlos Álvarez, nos hace pensar en todas las opiniones que nos fueron insertadas entre risas y programas "informativos".
No puedes confiar ni en lo que te ríes o lo que te entretiene en la televisión peruana, no sabemos y tal vez nunca sabremos cuántos vladivideos tiene ese maldito clan Fujimori y cuantos o qué artistas, empresarios o periodistas siguen trabajando bajo chantaje.“LA RATA” Y EL RATÓN - por César Hildebrandt
Al señor Carlos Álvarez le gustaba rematarse (pero no de risa sino al contado) cuando Fujimori mandaba, Montesinos asustaba, Canal 7 pagaba y la gente decente vomitaba si encendía la tele.
Era la época en que el señor Álvarez salía en los mítines re-reeleccionistas del jefe de la banda (cruzada) que atendía en Palacio de Gobierno y en su filial de Chorrillos (o sea el SIN).
El señor Álvarez cobraba en las ventanillas de Canal 7, recibía indicaciones del guionista Bressani, del productor Montesinos y del Akira Kurosawa de los vertederos (Alberto Fujimori), y con toda esa ayudantía detrás salía a la pantalla a enlodar a la oposición, a calumniar a los díscolos y a hacerles muecas a los desafectos (a tanto el insulto y a cheque en mano la inmundicia y a letra a 30 días el kilo de saña).
Y como el señor Álvarez es muy talentoso y es muy artista –y por eso fue reclutado por la mafia que usó a Lúcar como entretenimiento y a la señora Bozzo como la bruja del 69-, claro que hacía reír y por supuesto que era eficaz en su campaña de desacreditar a la democracia y de pintar como aves de mal agüero a los que peleaban en las calles por la desinfección del país.
Se reían los televidentes con estruendo y con eco se reía Montesinos y rabiaba la oposición y cobraba Álvarez. Y hasta salía Álvarez en los mítines del autor de “La Cantuta” y otras marchas fúnebres. Salía feliz Álvarez a bailar -con la anchura de todas sus caderas de folclórica in péctore- el baile del Chino, que sabía de memoria y que llegó a ser su cortina musical, el timbre de su celular y el himno que tarareaba cada vez que pasaba por caja en Canal 7 (el pago oficial) y por Cajatambo en el SIN (las 30 piezas de plata de cada bolo).
Todo era podridamente perfecto en ese mundo del año 2000, cuando el Peru que iba ser el Perú estaba dispuesta a entregarse al Tercer Reich de Fujimori.
Y en ese mundo, claro, el señor Álvarez era, gracias a sus prodigios de transformista teatral, una especie de Eva Braun al servicio de la nueva Alemania (quise decir, del nuevo Perú).
Hasta con un letrero que tenía pintado el año 3000 salía Carlitos Álvarez en los mítines de Fujimori mientras competía en bamboleo de caderas con don Francisco Tudela, el Canciller de Jade.
Con ese letrero que enseñaba por todo el escenario –donde la reina indiscutible era Rossy War-, Carlitos Álvarez proponía el milenio del que le pagaba en ese momento.
Años atrás, Héctor Delgado Parker, asesor de Alan García, le encomendó a Álvarez despacharse con el personaje de “Popy” Olivera. Olivera era enemigo –en tanto que cónyuge de una señora Wiese- de Alan García y para el buen Héctor era importante que Álvarez ridiculizara al máximo a Olivera poniéndole el nombre de un payaso venezolano y pintándolo siempre como un maniaco de la estupidez aniñada. Álvarez obedeció (con su cheque respectivo) y durante años “Popy” Olivera se exprimió ante cámaras.
Cuando don Baruch Ivcher era un fujimorista vestido de caqui y con galones de asimilado, Carlitos Álvarez fue el furgón de la fanfarria y el intérprete de todos los odios –de los miles de odios- que don Baruch Ivcher decidió expresar por la vía del humor (el humor de Álvarez, por supuesto). ¿Había un político faltoso? Le pedían a Álvarez que lo “destruyera” pintándolo de ladrón, borracho, idiota o degenerado (se podía escoger y había categorías no excluyentes) ¿Expulsaron a un periodista de la TV porque ya se venía el 5 de abril del 92 y había que desbrozar el terreno? Llamaban a Álvarez y él lo pintaba como mermelero, maricón, enano, drogadicto (se podía escoger, dependiendo de los ceros a la derecha que tuviera el cheque de fin de mes). Y cuando Ivcher se peleó con Fujimori y tuvo que irse del Perú porque sus ex socios de aventura querían inmovilizarlo debajo de una losa, Álvarez preguntó al Oráculo de Delta (Mónica) a quién debía de obedecer. Un vozarrón mandatorio que parecía venir de la prefectura onomatopéyica de Kagoshima respondió:
-¡Obedecerás, como siempre, al que pague!
Y Carlitos obedeció a la voz que le ordenaba seguir obedeciendo. Así que, según el testimonio imborrable de Matilde Pinchi Pinchi -cronista de la cutra, corresponsal-cama adentro de las finanzas del SIN-, Carlitos Álvarez empezó a frecuentar Chorrillos y a recibir sobres de manila con papeles impresos por la Casa de la Moneda.
Cuando cayó Fujimori, el sistema anticorrupción escuchó a la Pinchi y llamó al pinche de Fujimori (o sea Montesinos) y le hizo la pregunta más imbécil de la historia:
-Señor Montesinos: ¿a quién estaban dirigidos los sobres con dinero que tenían escrito el nombre de Carlos Álvarez?
Montesinos se dio cuenta de que la cucaracha Martina, previo porro, estaba haciendo de fiscal. Así que respondió:
-A Carlos Álvarez.-¿A Carlos Álvarez, el cómico? –le preguntaron dos abejorros asistentes.-No– dijo Montesinos, recordando su etapa de guionista de humor teledirigido-.
Y añadió:
-Carlos Álvarez era el nombre falso de uno de los agentes del Servicio de Inteligencia.--¿Y otro de esos nombres falsos era Tulio Loza? –preguntó la cucaracha Martina alisándose una antena.-Así es –respondió Montesinos mientras se cagaba de la risa.
Así que Carlitos Álvarez le debe su libertad a Vladimiro Montesinos. Bueno, le debe un montón de cosas pero podríamos decir que la libertad es la deuda más cara que el humorista deberá pagarle en serio, algún día, al co-autor de la letra de “Barrios Altos” (porque la letra con sangre entra).
Por eso es que Carlitos Álvarez causa una risa convulsiva, imparable y peligrosa para el corazón cuando ahora habla de “la libertad de expresión amenazada” y cuando afirma, ante la anuencia de sus amigos de pantalla y simpatías, que cuando sale con la cara de Rómulo León, la barba de Rómulo León, la voz de Rómulo León, las frases de Rómulo León, no está aludiendo a Rómulo León.
Y la risa que produce Carlitos llega a ser ruido molesto digno de Serenazgo cuando, encima, dice que decirle rata a León no es insultarlo porque, cómo no, lo de rata lo dijo el presidente García y ya sabemos que este humorista suele ser cola del que manda y rabo del que paga.
A mí, particularmente, Rómulo León, desde un punto de vista político, me da náuseas. Pero sería indigno de mi parte decir que cuando digo que Rómulo León me da náuseas políticas no me estoy refiriendo a Rómulo León. No hay que ser rata para actuar así. Hay que ser ratón de Fujimori y Mickey de Montesinos.
Y por si acaso: esta columna sí se refiere a Carlos Álvarez, el cómico que da risa no sólo porque es brillante y hasta magistral sino por razones que él quisiera ignorar.
Porque el humor no tiene por qué ser invertebrado. Charles Chaplin se enfrentó a la industria cinematográfica y venció. Al gran Lenny Bruce le hicieron el FBI y los conservadores la vida imposible. Hasta el primer Cantinflas (en blanco y negro) llegó a ser un pelao contestatario. En relación al poder, Carlitos Álvarez, en cambio, siempre está de humor para servirlo.
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